domingo, 2 de septiembre de 2007

La polémica y ruidosa llegada del sonido al cine

SÉPTIMO ARTE. A propósito de los 80 años del cine sonoro:
La gente repletaba la sala del Warner Theater de Nueva York. Todos estaban expectantes de lo que iba a ocurrir en la pantalla grande. Y ocurrió la maravilla. En medio de la historia, el protagonista rompió el silencio con la siguiente línea: "Espera un minuto, espera un minuto. Todavía no has escuchado nada". Con esta simbólica frase, pronunciada por Al Jolson en "El cantante de jazz", se dio bautizo al cine hablado y al mismo tiempo comenzó el epitafio del cine mudo.
El evento ocurrió el 6 de octubre de 1927, y si bien es cierto que ya se había experimentado con el sonido en las películas (de hecho, el propio Jolson había protagonizado previamente "Don Juan", que tenía algunas escenas de música sincronizada con la proyección), se trataba de la primera vez que el diálogo entraba en la escena del cinematógrafo. Un elemento absolutamente revolucionario para un público que durante 30 años se había acostumbrado a la pantomima de los actores.
Paradójicamente la aparición del cine sonoro trajo consigo el fenómeno del silencio en el público. Acostumbrados a mirar, sin tener que estar atentos a los sonidos que pudieran provenir de lo que se veía en pantalla, los espectadores de las antiguas salas de cine mudo solían hablar y comentar en voz alta lo que estaban viendo sin preocuparse de que su ruido pudiera molestar a alguien. Algo ciertamente muy distinto a lo que hoy se experimenta en las salas de cine, en las que hasta el ruido de los masticadores de pop corn puede llegar a exasperar a más de alguien. Este silencio, en todo caso, no sólo tenía que ver con la avidez de descubrir los sonidos provenientes del filme, sino también con que la calidad sonora no era la mejor.
Aunque "El cantante de jazz" se convirtió en un gran éxito de taquilla y el nuevo prodigio del sonido atrajo más público curioso a las salas, tampoco fue la panacea para la industria del cine, que tuvo que replantearse y vivir quiebras (en la Gran Depresión) antes de encontrar el camino.
Primero que nada, había un temor previo a la implantación del cine hablado que era naturalmente entendible. Aunque la industria del cine norteamericano tenía un saludable mercado interno, gran parte de sus ganancias provenía del mercado extranjero, donde el mutismo del cine ayudaba a traspasar las fronteras lingüísticas sin problema. El temor era que el uso del inglés parlante frenara esa relación con el mercado internacional. En parte, eso explica el gran auge que tuvieron en un comienzo las películas musicales, ya que en ellas los parlamentos no eran tan gravitantes como sí lo eran las canciones o los cuadros musicales.
La otra contrariedad fue la implementación técnica, tal como se puede revisar en crónicas como la que hace Edward Bernds (en "Mr. Bernds goes for Hollywood"), quien antes de ser director trabajó como técnico de sonido en las primeras películas con audio. "El cantante de jazz" contaba con un sistema llamado "Vitaphone", en el que se grababan los segmentos del sonido de la película en un disco aparte de la cinta de celuloide. Por lo tanto, cuando la película se proyectaba había que hacer coincidir el sonido del disco con la acción. De sistemas como éste es que provienen esos famosos chascarros de la desincronización entre imagen y sonido que se producían en algunas funciones o el clásico efecto del disco rayado. En este sentido, los sistemas más prácticos que se implementaron poco después fueron los fotoeléctricos, en donde se registraba el sonido en el mismo celuloide, una técnica que venía desarrollándose desde principios de la década del 20.
Más líos con el audio
Más allá del tema de la reproducción del sonido y de la habilitación de las salas para exhibir la nueva tecnología, el otro escollo se presentó en el proceso mismo de filmación. Se sabe que muchos directores, entre ellos figuras como Charles Chaplin y el ruso Eisenstein, se resistieron a la nueva atracción de Hollywood. Para muchos realizadores eran evidentes sus dificultades y limitaciones. La principal tenía que ver con la precariedad de los primeros micrófonos y su mediocre sensibilidad, lo que obligó a filmar de noche para evitar ruidos externos (los actores tenían que dormir de día para trabajar de noche), en estudios aislados y con las cámaras encerradas en cubículos para que el ruido de su maquinaria no afectara la grabación del sonido. Además, los micrófonos debían ser escondidos en objetos como floreros o lámparas, lo que obligaba a los actores a mantenerse cerca de ellos sin mucha libertad de movimiento. Todo esto trajo como consecuencia que los filmes se volvieran más estáticos y que el uso de la cámara perdiera protagonismo. Otro vicio que se produjo en un primer momento (como recuerda el director Rene Clair en "Reflexiones sobre el cine") fue el abuso de diálogos y de efectos de sonido (tic tac de relojes, aplausos, etc.), que se volvían redundantes pasado el asombro inicial.
Finalmente, la llegada del sonido también afectó a las propias estrellas del mudo que se vieron enfrentadas al juicio auditivo de los espectadores. En algunos casos, el tema pasaba por la dicción o el acento (en el caso de los extranjeros). En otros, el problema se situó directamente en el tono de voz. De estos últimos, el caso más paradigmático fue el de John Gilbert, un galán indiscutido del cine mudo que se había convertido en el heredero natural del reinado que había ostentado antes el latin lover Rodolfo Valentino. Su voz demasiado aflautada habría sido la decepción para las admiradoras que compraron los tickets para "His glorious night" (1929) con el fin de ver cómo su ídolo pronunciaba los diálogos amorosos de los cuales antes sólo imaginaban su entonación. El tema, en todo caso, nunca fue demasiado claro. Algunos incluso le echan la culpa al productor Louis Mayer de haber arruinado la carrera de Gilbert (influyendo en el registro de los sonidistas para que agudizaran su voz), con quien tenía una rivalidad que se agravó por un incidente en el que se vio involucrada Greta Garbo (que fue pareja de Gilbert). Mito o no, lo cierto es que Gilbert se ganó una mala fama que no se la pudo quitar ni siquiera con la participación en la película "Reina Cristina" (1933) junto a su amada Garbo. Convertido en un alcohólico, murió de un ataque cardíaco en 1936, convirtiéndose en una suerte de mártir del nuevo cine. Un cine en el que las estrellas, además de fotogénicas, tenían que ser fonogénicas.
Celebrando The Jazz Singer
En el Samuel Goldwyn Theater se realizará el 5 de octubre una función especial de "El cantante de jazz" con motivo de los 80 años de su estreno. En el evento, que tendrá como anfitrión al famoso crítico Leonard Maltin, se exhibirá una versión restaurada y remasterizada digitalmente del filme de 1927.
Además, ese mismo mes se lanzará al mercado una edición especial en DVD de la película. Se trata de tres discos que contienen entre otras curiosidades, un documental sobre cómo se hizo la película, una adaptación de un show de radio realizado por Al Jolson y una serie de cortometrajes que, a través del mismo aparatoso sistema Vitaphone, recogieron las performances de artistas de la época.
Las reacciones ante el fenómeno del cine sonoro en Chile
En marzo de 1930 dos películas, "La melodía de Broadway" con Bessie Love y "Evangelina" con Dolores del Río, se transforman en las primicias para Chile del cine sonoro. Después de este preludio, el 4 de abril del mismo año llega a Chile "El cantante de jazz" como bien lo recuerda Jaqueline Mouesca en su libro "El cine en Chile: crónica en tres tiempos". Mouesca cita una crónica de Las Últimas Noticias de ese año que refleja la expectación del evento: "El público dirá hoy y en los días sucesivos si en verdad ha muerto el cine mudo". Una muerte que, al menos en Chile, se demoró un poco en llegar, sobre todo porque en 1930 sólo el 10 por ciento de las salas estaba habilitado para las cintas con sonido.
La curiosidad del público chileno, tal como ocurrió en otros países, también se centró en descubrir cómo eran las voces de algunas estrellas que habían sido admiradas en el cine mudo. Fue lo que pasó, como documenta Mouesca, con la Greta Garbo parlante. El estreno de "Anna Christie", basada en una pieza teatral de O'Neill, generó reacciones entre los admiradores de la actriz que fueron sintetizadas por la revista "Ecran" de ese año: "la curiosidad para muchos se resolvió en desilusión: la Garbo habla con voz voluminosa casi de hombre".
El ambiente nacional también se dejó permear por los temores frente al audio, incluso con un tono antiimperialista... en otra "Ecran" del año 1930 se lee: "El cine parlante es uno de los tantos medios de que se ha valido el vampirismo yanqui para extraerle a los pueblos su personalidad e inculcarles sus ideas... la película hablada entraña, además, el peligro de matar el idioma propio o acaso de influenciarlo de voces y giros no siempre ajustados al correcto decir".
El tema del idioma no fue algo fácil de resolver. El inglés no era de dominio general ciertamente, e incluso entre la gente más acomodada existía el mismo problema. Una deficiencia (a falta de un desarrollo más evolucionado del subtitulaje y del doblaje) que se vio paliada, en parte, por las cintas de temáticas musicales (donde los diálogos eran secundarios).
La otra arista vino por el lado del mundo del teatro y del espectáculo musical en vivo, que comenzó a ver una amenaza incipiente en la capacidad fónica del cine. Mouesca incluso constata que "autores e intérpretes presentan un pliego de peticiones al gobierno. Piden que se grave con más impuestos al cine sonoro y sugieren una serie de medidas destinadas a favorecer la escena nacional". Movilizaciones que pueden parecer retrógradas a los ojos actuales, pero que son más bien el producto del difícil momento económico que vivía el país mezclado con una mirada más inocente como la que se ve reflejada en la cándida confesión de la actriz chilena Venturita López Piris, quien demostró sus nulas capacidades vaticinadoras cuando dijo del cine sonoro: "no creo que dure muchos años".
Sonido Made in Chile
Lo curioso es que el mismo año 30, según la información que entrega Mouesca, se hizo un primer intento de cine sonoro chileno, aunque no con parlamentos, que llevó por título "Una canción de amor". La cinta, dirigida por Juan Pérez Berrocal, sincronizaba el sonido de las canciones con las imágenes de sus intérpretes. Al año siguiente de esta primera incursión en el sonido, el cine mudo chileno se declaró muerto con el último de sus representantes: "Patrullas de avanzada", cinta filmada por Eric Page en 1931. Pese a esta efeméride, el cine completamente sonoro tardaría un poco más en llevarse a cabo en Chile. Recién en el año 1934 aparece la primera película chilena hablada y musicalizada. Se trató de "Norte y Sur", un largometraje de Jorge "Coke" Délano (el mismo creador de la revista "Topaze"). La cinta, que contó con financiamiento de la Caja de Crédito Minero, se llevó a cabo con la ayuda de técnicos de la RCA y se filmó tal como el cine sonoro de Estados Unidos: en la noche, en un horario que iba desde la medianoche hasta las 7 de la mañana para evitar el ruido exterior. Participó el famoso Alejandro Flores caracterizando a un ingeniero en minas que se enamoraba de una mujer casada (Hilda Sour). Un drama romántico que ganó elogios y que incluso sirvió para anotar una anécdota más en la larga lista que acumula el hábito de mirar lo que hacen nuestros hermanos trasandinos, como recoge Mouesca de un número de la revista "Hoy" de 1934: "Comparemos esta primera película hablada hecha en Chile con 'Tango', primera película hablada hecha en Argentina. La nuestra se lleva la victoria fácilmente, tanto por la interpretación como por los méritos técnicos". Lamentablemente, nosotros no podremos comprobar la veracidad de ese juicio patriotero ya que no quedan ni copias, ni negativos de la cinta de Délano. Por muy sonorizada que haya sido, "Norte y Sur" terminó guardando silencio para las siguientes generaciones.

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